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miércoles, 4 de diciembre de 2013

El relojero.

Todo estaba cronometrado, cada paso calculado, cada respiración prevista, cada emoción controlada.
Al fin de cuentas era solo otro trabajo, solo un día más en el engranaje en el que se había convertido la sociedad. 

Acción y reacción, una pieza se movía y ésta movía otra infinidad de piezas más; causa-efecto-causa y la cadena se perpetuaba hacia la infinidad. Mantener esa cadena intacta y esos engranajes funcionando era su trabajo, eliminar esas posible fallas en la maquinaria era su trabajo. Era una especie de relojero.

Irónicamente, su trabajo lo llevaba a una relojería...alguien andaba mal en una relojería. Irónicamente, aquél que conocía a la perfección como funcionaban los engranajes, aquél que se encargaba de hacer que funcionen a la perfección, era la falla y debía ser corregida. Era su trabajo.

No hubo sorpresa en los ojos del relojero cuando el otro relojero golpeó en su puerta, no hubo un segundo perdido. Todo estaba cronometrado, cada paso calculado, cada gramo de fuerza sobre el cuello del relojero debidamente repartido y aplicado; cada último suspiro duró lo justo y necesario.

A pesar de estar todo tan fríamente calculado, a pesar de que la falla yacía muerta en el suelo, el relojero aún podía sentir un pulso fuera de lugar, un ligero "tic-tac" fuera de ritmo...otra falla.


No muy lejos de la relojería, alguien lloraba la muerte del relojero, con lágrimas de más, con emociones fuera de pulso, con una rabia y una pena que producían un ligero "tic-tac" fuera de ritmo.