Nunca había averiguado, ni averiguó, a qué o a quién, solo espera.
Con lluvia, nieve, helada o lo que sea el espera.
Primero, iba cada tanto a esperar, pero después fue más seguido, hasta que ya no se movió de allí.
Personas pasaban y le hablaban, lo insultaban, lo miraban.
Se lo quisieron llevar a un lugar de esos donde encierran a las personas más cuerdas, al manicomio, pero el no se movió, ni ellos lo movieron.
Algunas personas, de vez en cuando, le tiran moneditas adentro del sombrero que quedó agarrado en su brazo. Otras personas se roban esas moneditas, pero bueno.
Las palomas y chimangos se hicieron amigos de el, igual que una familia de lauchitas, que anida en el gran bolsillo de su sobretodo.
En las tardes de verano, los niños pasan y le hacen cosquillas en la cara, su único lugar en el que se ve piel, que parece piedra. Pero por más que los niños ataquen a cosquillas con muchos pares de manos, el nunca soltó una risa, ni curvó la boca en una sonrisa. Y los niños se van frustrados, pero no rendidos, y juran que lo harán reír un día de estos.
Hay una viejita que vive cerca, que pasa todos los días sin faltar uno, y le pasa un cepillo por el sobretodo y los pantalones, y cuando vé que la ropa se ensució, con una pudorosa toalla lo tapa y se lleva la ropa a lavar, para al rato volver y ponérsela de nuevo. Nadie le cree, pero la viejita jura y perjura que una vez escuchó un lejano y rocoso 'gracias'.
El intendente del pueblo, ante las quejas de los vecinos, decidió moverlo a la plaza, donde pensó que estaría más cómodo. Le construyó un pedestal y todo, con fecha de nacimiento y fecha de inmovilización, y una leyenda que decía: "Al paciente."
Y ahí está desde entonces, una estatua más, en un pueblo como cualquier otro.