Tus palabras callaban más que tu silencio,
que tu risa distante y que tus lágrimas secas, secas y perdidas en tus mejillas sin color.
En esa tarde sin sol ni hojas en el abedul,
plagada de fantasmas en forma de memorias olvidadas, de plazas con niños sin risas y sin hamacas,
yo luchaba por no encontrarte.
Por no encontrarnos.
Por miedo, o por la falta de miedo,
osea por la resignación,
a que todo eso, tus palabras sordas, tu risa distante y tus lágrimas secas
todo, las plazas de otoño sin hojas y sin hamacas.
A que todo eso, fuera real.