Te vi llegar por mi ventanita, estaba medio empañado y
mojado por la lluvia, pero sé que te vi llegar y limpiarte las botas y tocar en
la puerta del refugio. No sé si ya sabía que ibas a llegar, no sé si yo deseaba
que llegaras, pero acá estás, así que te
pregunto el camino que te trajo hasta acá.
Me contaste de muchos caminos, cada uno tan interesante y
posible como cualquiera. Pero hubo
especial, ese que me contaste mientras sorbías el segundo o el tercer
café; ese camino en el que yo me reconocí como caminante. Y nos entendimos,
pudimos describir el camino del otro, porque aunque sin saberlo, pudimos
habernos cruzado una o dos veces, sin saberlo buscábamos lo mismo.
A la mañana nos acompañaba el bendito café, de hecho es el
de anoche, te dije lo inútil que soy al medir cantidades. Sorbo, cara de asco,
sonrisa, comentario, risas. ¿Vamos a la mesa? Tengo galletitas, ¿querés? Sorbo,
cara de asco, -con un poco de azúcar se arregla sabés-, comentario, azúcar al
café…mucha azúcar.
No sé, y sé que vos tampoco, hasta cuando nos vamos a quedar
en esta pequeña pausa en nuestro caminar, pero la promesa de caminar juntos
siempre está.
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