¡Te doy la bienvenida al Palabrerío!
Vas a encontrar de todo, locuras, experimentos, uno con un teclado (ese es un pesado) y mucho más.

Sos libre de continuar bajo tu propio riesgo. Yo solo soy un cartel de bienvenida.
No digas que no te avisé.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Tristeza instrumental.

A lo lejos llora una quena, con su llanto andino de mil penurias o más. La secunda un piano, con sus respectivas mil penurias, con su propio llanto. Llorando juntos, comparten, se animan.
Pero tal parece que la quena llora, llora más que el piano, con agudas nostalgias, con graves melancolías. El piano no soporta oír a su compañera tan triste y se desata con un torrente de entusiastas notas, animando a la triste quena, que un poco se contagia de entusiasmo y responde con dos o tres notas que parecen decir que lo comprende. Pero el entusiasmo es corto, y vuelve a ser reemplazado por una tristeza tan grande como los mismos Andes, o una tristeza tan antigua como el mismo piano. No tratan de consolarse, saben que no pueden, porque aunque compartan la tristeza, son tristezas distintas, un océano las separa. Pero, una vez más, la tristeza se convierte en entusiasmo, el entusiasmo es más duradero y ya inquebrantable, para fundirse en un abrazo de despedida y de mutuo agradecimiento la quena y el piano, liberando al unísono su triteza para reemplazarla por entusiasmo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario